Una vez soñé que las cosas
flotaban a mí alrededor, las mesas, las sillas, los autos, los muebles, los perros,
hasta las pequeñas hormigas, absolutamente todo se combinada con el viento meno
yo, me di cuenta de que yo estaba anclado en el piso. El resto de la gente
también estaba presionada contra el piso. En alguna parte de ese sueño estaba
yo caminando por una calle muy tranquila, siempre a prisa como suelo ir yo por una
calle. Las cosas seguían flotando, era raro.
Caminaba más
y más, la calle era hermosísima, lo malo era que me tropezaba con la gente
presionada contra el piso. Muchos me miraban con furia porque yo los empujaba
pero nada podía hacer, al parecer era un buen día en el cielo pero no en la
tierra.
A los 15
minutos llegué a un edificio de vidrios amplios y de torres más o menos altas, subí
unos cuantos peldaños como si escalara una montaña, en la entrada había un tipo
vestido de marrón que me miró con rabia, aunque al segundo me dijo: buenas
tardes, y yo solo respondí con la cabeza, era raro.
Cuando estuve adentro del
edificio todo estaba igual que afuera: las sillas, las mesas, las computadoras,
los libros, y la esperanza y algo de temor se sentían flotando en el aire. Cada
vez me encontraba con más peldaños, más cosas flotantes, lo malo de las cosas
flotantes es que no tenían ningún sentido que estuvieran en ese estado, era
raro.
De repente, mientras más
ascendía y más esfuerzo hacía por llegar
al final, el temor y la angustia se sumaban al aire esperanzador. Por fin el
quinto piso. Un número con curvas muy bien dibujadas, con una barriguita que la
hace llamativa tentadora con una
rectitud que la muestra implacable y direccional. Esto tenía sentido y ya no
era tan raro.
Cuando llegué a una sala muy
grande e iluminada gracias a los vidrios del edificio decidí tomar las acciones
por mi cuenta, cogí una silla y una mesa del aire, las aprisioné y me apoyé en
ellas, como quien suele sentarse. Miraba mi reloj, se hacía un poco más tarde,
la angustia y el temor asechaban mientras la esperanza se iba con las agujas de
minutero. Pensé que sería mi día de suerte. Me estaba poniendo raro.
Cogí el celular para ver si la
hora era distinta a la de mi reloj, pero no, todo estaba plenamente calculado. De
repente la pantalla del celular se encendió -por suerte mi celular no flotaba-.
Vi un mensaje que decía: lo
siento, no podremos ir. Entonces mi temor y mi angustia se convirtieron en
furia y cólera. La suerte nunca estará pendiente de mi pensé. Una luz más en mi
celular me trajo la esperanza que necesitaba: no podremos ir, pero ella sí lo
hará. Cuando leí eso la furia transformo mi corazón en un bombo de barra brava,
estaba que palpitaba y retumbaba todo mi ser. Algunas personas me empezaron a
ver raro.
Decidido a esperar, no sé si por
mi emoción o por obligación no podía moverme y me quedé presionado en el asiento,
hasta que ella apareció por la puerta
grande, por donde más refleja la luz el día, por donde las cosas flotan a un
ritmo incandescente. Había algo raro, ella sí flotaba.
Me sentí casi avergonzado de no
poder flotar con ella al mismo tiempo; entonces entendí que no estábamos dentro
de la misma categoría. No me importaba, porque cada vez que daba un paso hacia
delante ella flotaba a mi lado, era increíble. Mi cerebro dejó de pensar, solo
podía concentrarme en la belleza de su musical vuelo a su alrededor. Ella ahora
me miraba raro.
Yo caminaba y ella volaba a mi
lado, fuimos de un lado a otro, como juntos pero separados. Terminamos en una
gran sala, cogí un par de sillas y una mesa, nos sentamos, y como siempre, empecé
con mis historias. Ella miraba, como aburrida, yo entusiasmado hasta el alma.
Entre sonrisas me miraba, tal vez,
solo se burlaba de mí. No había más alternativa. Pensé que sería mi momento,
hasta que me pidió que nos fuéramos. Estaba rara, y en realidad yo me sentí
raro. Comencé a ser más incisivo con ella, cada vez me ponía más estúpido y
decía cosas menos importantes, hasta me puse a inventar teorías sobre su
nombre. Mi corazón ya no latía ahora seguía el ritmo de mis palabras.
Cuando tocamos la calle hasta le
salvé la vida, fue era increíble, y con eso pensé que ella me ayudaría a flotar
a su lado, pero no. Yo continué como siempre. Llegamos al final y ella se
despidió, solo me quedó verla irse flotando así como llegó. Nunca perdió la luz
que tenía sobre ella. No era rara, era increíble.
Tomé el primer auto que se me
cruzó, imaginé todo lo bueno que hice bien, aunque más eran las que salieron
peor. Baje del auto, caminé unos cuantos pasos y ya todo estaba en su lugar, ya
nada flotaba, los autos estaban en su sitio, las mesas bien puestas, las sillas
bien sujetas y las hormigas escondidas en la tierra. Todo estaba normal y nada
había sido un sueño. Ella había logrado hacer que todo sea mágico, si quiera
por uno momento, el sueño de tenerla solo para mí se había cumplido, lo que no
cumplí fue entrar en su ritmo.
Yo me sentía aún raro, pero ella
seguía siendo increíble.