martes, 16 de julio de 2013

Solo por un instante

Una vez soñé que las cosas flotaban a mí alrededor, las mesas, las sillas, los autos, los muebles, los perros, hasta las pequeñas hormigas, absolutamente todo se combinada con el viento meno yo, me di cuenta de que yo estaba anclado en el piso. El resto de la gente también estaba presionada contra el piso. En alguna parte de ese sueño estaba yo caminando por una calle muy tranquila, siempre a prisa como suelo ir yo por una calle. Las cosas seguían flotando, era raro.


Caminaba más y más, la calle era hermosísima, lo malo era que me tropezaba con la gente presionada contra el piso. Muchos me miraban con furia porque yo los empujaba pero nada podía hacer, al parecer era un buen día en el cielo pero no en la tierra.


A los 15 minutos llegué a un edificio de vidrios amplios y de torres más o menos altas, subí unos cuantos peldaños como si escalara una montaña, en la entrada había un tipo vestido de marrón que me miró con rabia, aunque al segundo me dijo: buenas tardes, y yo solo respondí con la cabeza, era raro.


Cuando estuve adentro del edificio todo estaba igual que afuera: las sillas, las mesas, las computadoras, los libros, y la esperanza y algo de temor se sentían flotando en el aire. Cada vez me encontraba con más peldaños, más cosas flotantes, lo malo de las cosas flotantes es que no tenían ningún sentido que estuvieran en ese estado, era raro.


De repente, mientras más ascendía  y más esfuerzo hacía por llegar al final, el temor y la angustia se sumaban al aire esperanzador. Por fin el quinto piso. Un número con curvas muy bien dibujadas, con una barriguita que la hace llamativa  tentadora con una rectitud que la muestra implacable y direccional. Esto tenía sentido y ya no era tan raro.


Cuando llegué a una sala muy grande e iluminada gracias a los vidrios del edificio decidí tomar las acciones por mi cuenta, cogí una silla y una mesa del aire, las aprisioné y me apoyé en ellas, como quien suele sentarse. Miraba mi reloj, se hacía un poco más tarde, la angustia y el temor asechaban mientras la esperanza se iba con las agujas de minutero. Pensé que sería mi día de suerte. Me estaba poniendo raro.


Cogí el celular para ver si la hora era distinta a la de mi reloj, pero no, todo estaba plenamente calculado. De repente la pantalla del celular se encendió -por suerte mi celular no flotaba-.


Vi un mensaje que decía: lo siento, no podremos ir. Entonces mi temor y mi angustia se convirtieron en furia y cólera. La suerte nunca estará pendiente de mi pensé. Una luz más en mi celular me trajo la esperanza que necesitaba: no podremos ir, pero ella sí lo hará. Cuando leí eso la furia transformo mi corazón en un bombo de barra brava, estaba que palpitaba y retumbaba todo mi ser. Algunas personas me empezaron a ver raro.


Decidido a esperar, no sé si por mi emoción o por obligación no podía moverme y me quedé presionado en el asiento, hasta que ella apareció  por la puerta grande, por donde más refleja la luz el día, por donde las cosas flotan a un ritmo incandescente. Había algo raro, ella sí flotaba.


Me sentí casi avergonzado de no poder flotar con ella al mismo tiempo; entonces entendí que no estábamos dentro de la misma categoría. No me importaba, porque cada vez que daba un paso hacia delante ella flotaba a mi lado, era increíble. Mi cerebro dejó de pensar, solo podía concentrarme en la belleza de su musical vuelo a su alrededor. Ella ahora me miraba raro.


Yo caminaba y ella volaba a mi lado, fuimos de un lado a otro, como juntos pero separados. Terminamos en una gran sala, cogí un par de sillas y una mesa, nos sentamos, y como siempre, empecé con mis historias. Ella miraba, como aburrida, yo entusiasmado hasta el alma.


Entre sonrisas me miraba, tal vez, solo se burlaba de mí. No había más alternativa. Pensé que sería mi momento, hasta que me pidió que nos fuéramos. Estaba rara, y en realidad yo me sentí raro. Comencé a ser más incisivo con ella, cada vez me ponía más estúpido y decía cosas menos importantes, hasta me puse a inventar teorías sobre su nombre. Mi corazón ya no latía ahora seguía el ritmo de mis palabras.


Cuando tocamos la calle hasta le salvé la vida, fue era increíble, y con eso pensé que ella me ayudaría a flotar a su lado, pero no. Yo continué como siempre. Llegamos al final y ella se despidió, solo me quedó verla irse flotando así como llegó. Nunca perdió la luz que tenía sobre ella. No era rara, era increíble.


Tomé el primer auto que se me cruzó, imaginé todo lo bueno que hice bien, aunque más eran las que salieron peor. Baje del auto, caminé unos cuantos pasos y ya todo estaba en su lugar, ya nada flotaba, los autos estaban en su sitio, las mesas bien puestas, las sillas bien sujetas y las hormigas escondidas en la tierra. Todo estaba normal y nada había sido un sueño. Ella había logrado hacer que todo sea mágico, si quiera por uno momento, el sueño de tenerla solo para mí se había cumplido, lo que no cumplí fue entrar en su ritmo.


Yo me sentía aún raro, pero ella seguía siendo increíble.



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