martes, 20 de agosto de 2013

Agridulce

La noción del tiempo no tenía espacio en la vida de Delizia porque ella sabía bien que no importaba cuánto faltaba para que termine el día, lo único que le importaba era gozar con todo lo que hacía para ella y para lo demás.


Ella había conocido infinidad de gente de las cuales muchas habían pasado por ella, así es, solo por encima de ella y sacado beneficio de ella. Ya era incontable la cantidad de personas a la que ella había ayudado sin esperar si quiera un intercambio de nombres a cambio, como para guardar un registro emocional en su mente. Pero como los momentos se vivían y se gozaban parece que recordar no era una de las especialidades de Delizia.


Un día cuando ella iba respirando el aire puro del campo de  Ayacucho se topo con otra mujer casi de su misma edad tirada al borde de una acequia. Cuando se acercó vio un cuerpo agitado y magullado, tal vez no era el momento para ser dulce sino el momento de pedir ayuda. Se acercó un poco más, hasta tenerla a sus pies, se agachó y lo ojos de la muchacha se abrieron con la misma intensidad con la que uno se despierta de una pesadilla. Los gritos no se dejaron esperar.


-        ¡Quién eres! – gritó la muchacha.
-          Tranquila, mi nombre es Delizia, dime qué te ha sucedido.
-         No puede ser, ¡eres tú!, de nuevo ¡tú¡

      La muchacha se paró sobre exaltada, el cuerpo al parecer le dejó de doler hasta parecía que había recuperado todas sus fuerzas.

-      Pero si tú no me conoces, pero no te preocupes ya te recuperarás y te sentirás bien, mejor por qué no te sientas mientras yo buscó a alguien para que nos ayude.
-          ¡Claro que te conozco!, eres ¡Delizia!


Los ojos de Delizia se abrieron, no se sabe si de sorpresa o intentando recordar de dónde la conocía. Su registro no pudo ir muy lejos, estaba muy confundida.

- ¡Yo conozco a todo este pueblo 10 años antes que tú!, conozco a tu padre, sí al terruco de tu padre, el que mato al mío por no querer unirse a ellos y querer salvar a mi familia, tu puto padre que me cagó la vida y ahora vienes tú a cagarme la mía.         
      - Pero de qué hablas no te entiendo, mi padre luchó por mi pueblo y para todo el pueblo y yo ahora lo hago a mi manera. Deja de hablar tonterías deja que te acompañe a un hospital.


Los ojos de la muchacha se encendieron como si por dentro alguien la estuviera controlando, dio unos pasos hacia atrás y se le fue encima, la tiró contra el piso jalándola de los cabellos.  

   - ¡Me quieres matar como lo hizo tu padre, pero te cagaste, yo conozco a todos y tú eres una farsa, tu carita de niña buena no me la trago!



La arrastró unos cuantos metros más cerca a la acequia, con una patada el cabeza calmó las súplicas de Delizia. Cogió una piedra y se la estrello en la cabeza, el golpe fue seco, los colores divertidos y brillantes que la solían envolver se habían enrojecido, su rostro ya no estaba feliz, estaba sorprendido. Delizia suplicó hasta el último instante, quién sabe, hasta pudo haber disfrutado de aquel instante frío, o tal vez pudo pensar en arrepentirse de no seguir las advertencias. Pero como para ella no había un más allá se quedo solamente allí.

Una Delizia por fuera

No existe nadie más en este mundo que logre entusiasmarse y emocionarse con cada aspecto de la vida que Delizia, ella vive cada momento como si no existiera uno más allá del tiempo. Ella es tierna y dulce, puede describir cada mirada, cada suspiro y hasta cada mentira, no le teme casi a nada, no le teme a decirle que sí a quien sea que necesite su ayuda. Desde un anciano en plena calle, un perro atorado en algún hoyo, hasta un bombero en pleno fuego; ella no discriminaba, lo mejor de todo es que su dulzura lograba cambiar el entorno que lo rodeaba, podíamos decir que era casi como una plaga, pero de las buenas.


Los días pintados de colores la llevan por el sendero de la fantasía y el frenesí, sin embargo, ello no le permitía reconocer el peligro y siempre fue advertida. Pero cada vez que recibía advertencias ella prefería cambiar el tema como si dentro de sí ya conociera el riesgo que vivía. Un día le dijeron “no vayas por ahí soñando despierta”, a lo que ella respondió “qué lindo que está el día cierto”. Había un temor oculto que no quería compartir porque si no perdería su sello y dejaría de ser la más dulce de todas. Que no importa lo que me digan podría pensar ella, sin embargo, las advertencias estaban dadas y solo ella esperaba que todo se mantuviera como hasta el momento: lleno de colores y fantasía.


Sus cortos 25 años le habían enseñado lo que es la vida dentro de su burbuja cada vez se tornaba más susceptible, la gente cada vez le pedía más ayuda: ella no paraba de decir que sí. Su burbuja parece que cada vez iba más rápido de un lado a otro sin detenerse pero ella sin despeinarse, siempre con la misma sonrisa, la misma ternura y el mismo encanto de su dulzura.




Uno de esos días en que el cielo está despejado y el sol brilla con encanto se escurrió por debajo de la puerta de Delizia un pequeño papel doblado. Ella se acercó y lo desdobló. Tras pasar sus ojos líneas tras líneas sus pupilas se iban abriendo un poquito más, sus manos sujetaban con mucha más fuerza, pero sin perder la ternura, dicho papel. Cuando terminó de leerlo ella solo atinó a mirar con mirada desencajada hacía el vacío. Era una carta de amor firmada por un tal “Harry el loco”. No había otro apelativo mejor para un tipo como él, y ella lo sabía.



Él es uno de esos tipos que se vuelven loco al segundo y casi por impulso, ella lo atendió cuando se quiso enfrentar a un perro a mordidas limpias. Ella le tapo las heridas hasta que alguien se apiade a llegar por él, al parecer anda solo por la vida. No había pasado mucho tiempo, solo casi 2 semanas. Delizia sabía que ahora sí estaba en un gran problema, el sujeto estaba loco, y ahora: loco de amor.



Ser tan amable y condescendiente le estaba empezando a jugar una mala pasada a Delizia, el problema es que en dicha carta ya se tenía pactada una cita entre ella y Harry. Ella lo pensó y decidió ir a enfrentar la situación, al menos el punto de encuentro era la catedral de la ciudad.




Delizia llegó, tomo asiento en una de las bancas vacías, cuando de repente alguien apareció por detrás de su nuca, como si la olieran, era él. Su olor era putrefacto, sus manos ennegrecidas, y su cabello lindaba con lo vulgar. Se sentó a su lado, puso ambas manos sobre las ricas piernas de Delizia, las trajo hacia sus genitales, cuando re repente se escuchó un sonido seco y muy fuerte. Delizia bañada en sangre salió corriendo de la catedral con rumbo desconocido.ççç

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