domingo, 6 de abril de 2014

El miedo del destino

Los pasos de Julio iban uno delante de otro. Cada vez a una velocidad mayor como si fuera un trapecista entusiasmado. Parecía no tener control de su tiempo, aunque sus ojos estaban fijos al suelo. Los brazos extendidos como si quisiera volar, el torso hacia adelante, la boca entre abierta y el alma como el de siempre: la de un niño. Mientras más avanzaba y más rápido iba había detrás de él una voz que lo perseguía que iba aumentando en intensidad pero se iba perdiendo en el camino. ¡Julio, Julio, Julio te vas a caer Julio! Pero nada le importaba. Julio se sentía cada vez más libre, pero sus pasos descontrolados no pudieron alzarse del suelo para tomar vuelo. Tropezó, rodó unos cuantos metros sin emitir gemido alguno y se detuvo con la mirada hacia el cielo.

La voz que venía detrás de él estaba empezando a alcanzar distancia y a perder intensidad. Te lo dije Julio, tenía que pasar. ¿Estás bien?. Andrés se arrodilló y vio los ojos encendidos de Julio, su pequeño cuerpo sudado y su alma casi derrotada sobre el pavimento. De repente, Julio soltó un estruendoso ¡BUH!. Se paró y saltó  sobre Andrés dando carcajadas. No pasa nada hermano, no seas tan miedoso.

Sin darle tiempo a Andrés de reaccionar, Julio le dice: vamos a matar patos a la laguna. ¡Apúrate, el que llega al último es un pejesapo! Lo cogió de la mano y lo llevó casi a rastras. Cuando llegaron a la laguna era como si el momento hubiera sido el preciso. Habían patos por doquier, mamás patas con sus patitos bebés. Andrés miró con cierta angustia a su hermano, tratando de encontrar alguna explicación de porqué eran tan iguales por fuera pero distintos por dentro. No podía entenderlo. Julio corrió detrás de unos arbustos de donde salió con dos hondas en la mano. Se acercó a su hermano y le dijo: toma una es para ti, no seas miedoso. Porque a pesar de todo Julio siempre pensaba en su hermano. Mira solo tienes que apuntar bien, mirando solo con un ojo, como quien le apunta a un alma sin sentido. Andrés se ponía cada vez más nervioso. Alzas un poco más la mirada y verás cómo la piedra cae lentamente sobre su destino.

Julio tenía la mira puesta, el brazo extendido, y el entusiasmo ensalzado. Soltó, la liga de la honda se encogió y salió la piedra con el mismo descontrol como la de su tirador. Falló.

Andrés respiró más calmado, pero vio en su hermano un aire de decepción, le dijo que ya era suficiente. Pero no, los ojos se volvieron a encender, cogió una piedra del piso y esta vez apuntó con la mano. Julio empezó la corrida hacia la laguna con la piedra en la mano. Andrés corrió en dirección a su hermano, como quien intercepta un ladrón a su víctima. Pero no pudo. Ambos chocaron y Andrés salió volando a la laguna. Ambos eran muy pequeños, pero Julio era enorme. Andrés cayó en una laguna profunda, no sabía nadar, no encontró apoyo, no encontró respuesta.

¡Andrés no te muevas, no lo hagas que te vas a hundir! Los ojos de Julio empezaron a desesperarse, su cuerpo parecía inerte, no sabía qué hacer. Estaba inmóvil frente a su hermano. Andrés seguía sin encontrar respuesta, mientras su cuerpo iba entrando en la laguna poco a poco. Atinó a mirar la quietud de su hermano y le dijo: tranquilo Julio, no seas miedoso.

El cuerpo de Andrés se sumergía cada vez más en la laguna mientras Julio seguía quieto y aturdido. En ese momento una sombra comenzaba a asomarse por los arbustos que abrazaba la laguna. ¡Mi hijo, mi hijo! se comenzó a escuchar. Julio, atónito, veía de lejos a un hombre barbudo y  desaliñado que corría hacia la laguna tan rápido como si alguien lo alcanzara por detrás.

¡HIJO! se oyó con desesperación. El hombre se lanzó sin temer a la laguna y sacó el cuerpo de Andrés, casi sin vida, de ella. Julio, sin entender, no sabía quién era él y qué estaba sucediendo. Corrió hacia su hermano y se acercó al hombre que se lo había regresado. Gracias, dijo Julio. El hombre dando pasos hacia atrás y con el cuerpo de Andrés en el hombro miró a Julio extrañado y temeroso.

- Hay que despertarlo - le dijo Julio al hombre.
- No, no te nos acerques. !Aléjate! - gritó el hombre.
- ¿Qué haces? Deja a mi hermano

Los ojos de Julio se enfurecieron y se lanzó contra el hombre tratando de recuperar el cuerpo de su hermano. El hombre, sosteniendo el cuerpo casi inerte de Andrés, se echó a correr hacia los arbustos. Julio comenzó a correr detrás del hombre tan rápido como pudo, pero este se convertía cada vez más en solo una sombra en toda la laguna.

El día se oscureció y Andrés abrió los ojos. De pronto, vió al sujeto que tenía enfrente y gritó. ¡¿Harry eres tú?!. claro que sí hijo, acaso no me reconoces. Hace mucho tiempo que no te veía, te extrañaba mucho.

Harry había observado desde muy pequeño a los hermanos que siempre llegaban a la laguna, el lugar que él habìa declarado como su territorio. Llegó a pensar que uno de ellos le pertenecía por el simple de hecho que los había visto crecer.

Andrés se paró sin entender lo que pasaba, había escuchado viejas historias acerca de un loco cerca de la laguna, a quien ahora tenía enfrente. Miraba a todos lados sin encontrar salida, sólo estaba rodeado de basura, cartones, y paredes de maderas llenas de moho. Pero el miedo parecía haber escapado de su cuerpo, no era esa sensación la que tenía. No estaba atado a ningún objeto como para desconfiar de Harry, total él era su hijo.

Julio tembloroso como nunca en su corta vida, corría como si el alma se lo llevara consigo, y como si fuera la última vez que usaría los pies. Cuando llegó a casa se detuvo en la puerta, como si no quisiera traer malas noticias. Su madre ya tenía muchos como para seguir acumulando otros en espera, pero tuvo que entrar. La escena era la de siempre: su madre en una mesa sucia, con colillas de cigarro por todos lados y su infaltable botella de trago corto a un lado. Dolores estaba aún despierta, débil pero despierta, él estuvo delante de ella y ni un hola intercambiaron. Hasta que por fin sucedió: dónde está Andrés preguntó. Julio sabía que él no era el favorito. Se quedó en la laguna, respondió. Dolores solía refugiarse en el cigarrillo casi siempre, su rostro demacrado expresaba cada problema que pasó en la vida y que muchas veces se ahogan en un vaso de trago corto. Su depresión solía empujarla solo a terminar sus cajetillas de cigarro y descuidar a sus hijos.  Por ello, Julio había aprendido el deber de cuidar a su hermano.

Dolores se paró, se acercó hacía Julio, mientras que lo insultaba  cogió una correa cercana a su mano. Julio era el valiente, ya no le temía, él quería enseñarle eso a su hermano, pero ahora el miedo había regresado a él, tal vez, no era el temor a la golpiza de su madre sino al destino de su hermano.

martes, 1 de abril de 2014

No seas miedoso



Los pasos de Julio iban uno delante de otro. Cada vez a una velocidad mayor como si fuera un trapecista entusiasmado. Parecía no tener control de su tiempo, aunque sus ojos estaban fijos al suelo. Los brazos extendidos como si quisiera volar, el torso hacia adelante, la boca entre abierta y el alma como el de siempre: la de un niño. Mientras más avanzaba y más rápido iba había detrás de él una voz que lo perseguía que iba aumentado en intensidad pero se iba perdiendo en el camino. ¡Julio, Julio, Julio te vas a caer Julio! Pero nada le importaba. Julio se sentía cada vez más libre, pero sus pasos descontrolados no pudieron alzarse del suelo para tomar vuelo. Tropezó, rodó unos cuantos metros sin emitir gemido alguno y se detuvo con la mirada hacia el cielo.


La voz que venía detrás de él estaba empezando a alcanzar distancia y a perder intensidad. Te lo dije Julio, tenía que pasar. ¿Estás bien?. Andrés se arrodilló y vio los ojos encendidos de Julio, su pequeño cuerpo sudado y su alma casi derrotada sobre el pavimento. De repente, Julio soltó un estruendoso ¡BUH!. Se paró y saltó  sobre Andrés dando carcajadas. No pasa nada hermano, no seas tan miedoso.


Sin darle tiempo a Andrés de reacciona, Julio le dice: vamos a matar patos a la laguna. ¡Apúrate, el que llega al último es un pejesapo! Lo cogió de la mano y lo llevó casi a rastras. Cuando llegaron a la laguna era como si el momento hubiera sido el preciso. Habían patos por doquier, mamás patas con sus patitos bebés.
Andrés miro con cierta angustia a su hermano, tratando de encontrar alguna explicación de porqué eran tan iguales por fuera pero distintos por dentro. No podía entenderlo. Julio corrió detrás de unos arbustos de donde salió con dos hondas en la mano. Se acercó a su hermano y le dijo: toma una es para ti, no seas miedoso. Porque a pesar de todo Julio siempre pensaba en su hermano. Mira solo tienes que apuntar bien, mirando solo con un ojo, como quien le apunta a un alma sin sentido. Andrés se ponía cada vez más nervioso. Alzas un poco más la mirada y verás cómo la piedra cae lentamente sobre su destino.


Julio tenía la mira puesta, el brazo extendido, y el entusiasmo ensalzado. Soltó, la liga de la honda se encogió y salió la piedra con el mismo descontrol como la de su tirador. Falló.


Andrés respiró más calmado, pero vio en su hermano un aire de decepción, le dijo que ya era suficiente. Pero no, los ojos se volvieron a encender, cogió una piedra del piso y está vez apuntó con la mano. Julio empezó la corrida hacia la laguna con la piedra en la mano. Andrés corrió en dirección a su hermano, como quien intercepta un ladrón a su víctima. Pero no pudo. Ambos chocaron y Andrés salió volando a la laguna. Ambos eran muy pequeños, pero Julio era enorme. Andrés cayó en una laguna profunda, no sabía nadar, no encontró apoyo, no encontró respuesta.


¡Andrés no te muevas, no lo hagas que te vas a hundir! Los ojos de Julio empezaron a desesperarse, su cuerpo parecía inerte, no sabía qué hacer. Estaba inmóvil frente a su hermano. Andrés seguía sin encontrar respuesta, mientras su cuerpo iba entrando en la laguna poco a poco. Atinó a mirar la quietud de su hermano y le dijo: tranquilo Julio, no seas miedoso. 

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