Los pasos de Julio iban uno delante
de otro. Cada vez a una velocidad mayor como si fuera un trapecista
entusiasmado. Parecía no tener control de su tiempo, aunque sus ojos estaban
fijos al suelo. Los brazos extendidos como si quisiera volar, el torso hacia
adelante, la boca entre abierta y el alma como el de siempre: la de un niño.
Mientras más avanzaba y más rápido iba había detrás de él una voz que lo
perseguía que iba aumentando en intensidad pero se iba perdiendo en el camino.
¡Julio, Julio, Julio te vas a caer Julio! Pero nada le importaba. Julio se
sentía cada vez más libre, pero sus pasos descontrolados no pudieron alzarse
del suelo para tomar vuelo. Tropezó, rodó unos cuantos metros sin emitir gemido
alguno y se detuvo con la mirada hacia el cielo.
La voz que venía detrás de él estaba
empezando a alcanzar distancia y a perder intensidad. Te lo dije Julio, tenía
que pasar. ¿Estás bien?. Andrés se arrodilló y vio los ojos encendidos de
Julio, su pequeño cuerpo sudado y su alma casi derrotada sobre el pavimento. De
repente, Julio soltó un estruendoso ¡BUH!. Se paró y saltó sobre Andrés dando carcajadas. No pasa nada
hermano, no seas tan miedoso.
Sin darle tiempo a Andrés de
reaccionar, Julio le dice: vamos a matar patos a la laguna. ¡Apúrate, el que llega
al último es un pejesapo! Lo cogió de la mano y lo llevó casi a rastras. Cuando
llegaron a la laguna era como si el momento hubiera sido el preciso. Habían
patos por doquier, mamás patas con sus patitos bebés. Andrés miró con cierta
angustia a su hermano, tratando de encontrar alguna explicación de porqué eran
tan iguales por fuera pero distintos por dentro. No podía entenderlo. Julio
corrió detrás de unos arbustos de donde salió con dos hondas en la mano. Se
acercó a su hermano y le dijo: toma una es para ti, no seas miedoso. Porque a
pesar de todo Julio siempre pensaba en su hermano. Mira solo tienes que apuntar
bien, mirando solo con un ojo, como quien le apunta a un alma sin sentido.
Andrés se ponía cada vez más nervioso. Alzas un poco más la mirada y verás cómo
la piedra cae lentamente sobre su destino.
Julio tenía la mira puesta, el brazo
extendido, y el entusiasmo ensalzado. Soltó, la liga de la honda se encogió y
salió la piedra con el mismo descontrol como la de su tirador. Falló.
Andrés respiró más calmado, pero vio
en su hermano un aire de decepción, le dijo que ya era suficiente. Pero no, los
ojos se volvieron a encender, cogió una piedra del piso y esta vez apuntó con
la mano. Julio empezó la corrida hacia la laguna con la piedra en la mano.
Andrés corrió en dirección a su hermano, como quien intercepta un ladrón a su
víctima. Pero no pudo. Ambos chocaron y Andrés salió volando a la laguna. Ambos
eran muy pequeños, pero Julio era enorme. Andrés cayó en una laguna profunda,
no sabía nadar, no encontró apoyo, no encontró respuesta.
¡Andrés no te muevas, no lo hagas
que te vas a hundir! Los ojos de Julio empezaron a desesperarse, su cuerpo
parecía inerte, no sabía qué hacer. Estaba inmóvil frente a su hermano. Andrés
seguía sin encontrar respuesta, mientras su cuerpo iba entrando en la laguna
poco a poco. Atinó a mirar la quietud de su hermano y le dijo: tranquilo Julio,
no seas miedoso.
El cuerpo de Andrés se sumergía cada
vez más en la laguna mientras Julio seguía quieto y aturdido. En ese momento
una sombra comenzaba a asomarse por los arbustos que abrazaba la laguna. ¡Mi
hijo, mi hijo! se comenzó a escuchar. Julio, atónito, veía de lejos a un hombre
barbudo y desaliñado que corría hacia la
laguna tan rápido como si alguien lo alcanzara por detrás.
¡HIJO! se oyó con desesperación. El
hombre se lanzó sin temer a la laguna y sacó el cuerpo de Andrés, casi sin
vida, de ella. Julio, sin entender, no sabía quién era él y qué estaba
sucediendo. Corrió hacia su hermano y se acercó al hombre que se lo había
regresado. Gracias, dijo Julio. El hombre dando pasos hacia atrás y con el
cuerpo de Andrés en el hombro miró a Julio extrañado y temeroso.
- Hay que despertarlo - le dijo
Julio al hombre.
- No, no te nos acerques. !Aléjate!
- gritó el hombre.
- ¿Qué haces? Deja a mi hermano
Los ojos de Julio se enfurecieron y
se lanzó contra el hombre tratando de recuperar el cuerpo de su hermano. El
hombre, sosteniendo el cuerpo casi inerte de Andrés, se echó a correr hacia los
arbustos. Julio comenzó a correr detrás del hombre tan rápido como pudo, pero
este se convertía cada vez más en solo una sombra en toda la laguna.
El día se oscureció y Andrés abrió
los ojos. De pronto, vió al sujeto que tenía enfrente y gritó. ¡¿Harry eres
tú?!. claro que sí hijo, acaso no me reconoces. Hace mucho tiempo que no te
veía, te extrañaba mucho.
Harry había observado desde muy
pequeño a los hermanos que siempre llegaban a la laguna, el lugar que él habìa
declarado como su territorio. Llegó a pensar que uno de ellos le pertenecía por
el simple de hecho que los había visto crecer.
Andrés se paró sin entender lo que
pasaba, había escuchado viejas historias acerca de un loco cerca de la laguna,
a quien ahora tenía enfrente. Miraba a todos lados sin encontrar salida, sólo
estaba rodeado de basura, cartones, y paredes de maderas llenas de moho. Pero
el miedo parecía haber escapado de su cuerpo, no era esa sensación la que
tenía. No estaba atado a ningún objeto como para desconfiar de Harry, total él
era su hijo.
Julio tembloroso como nunca en su
corta vida, corría como si el alma se lo llevara consigo, y como si fuera la
última vez que usaría los pies. Cuando llegó a casa se detuvo en la puerta,
como si no quisiera traer malas noticias. Su madre ya tenía muchos como para
seguir acumulando otros en espera, pero tuvo que entrar. La escena era la de
siempre: su madre en una mesa sucia, con colillas de cigarro por todos lados y
su infaltable botella de trago corto a un lado. Dolores estaba aún despierta,
débil pero despierta, él estuvo delante de ella y ni un hola intercambiaron.
Hasta que por fin sucedió: dónde está Andrés preguntó. Julio sabía que él no
era el favorito. Se quedó en la laguna, respondió. Dolores solía refugiarse en
el cigarrillo casi siempre, su rostro demacrado expresaba cada problema que
pasó en la vida y que muchas veces se ahogan en un vaso de trago corto. Su
depresión solía empujarla solo a terminar sus cajetillas de cigarro y descuidar
a sus hijos. Por ello, Julio había
aprendido el deber de cuidar a su hermano.
Dolores se paró, se acercó hacía
Julio, mientras que lo insultaba cogió
una correa cercana a su mano. Julio era el valiente, ya no le temía, él quería
enseñarle eso a su hermano, pero ahora el miedo había regresado a él, tal vez,
no era el temor a la golpiza de su madre sino al destino de su hermano.