martes, 1 de abril de 2014

No seas miedoso



Los pasos de Julio iban uno delante de otro. Cada vez a una velocidad mayor como si fuera un trapecista entusiasmado. Parecía no tener control de su tiempo, aunque sus ojos estaban fijos al suelo. Los brazos extendidos como si quisiera volar, el torso hacia adelante, la boca entre abierta y el alma como el de siempre: la de un niño. Mientras más avanzaba y más rápido iba había detrás de él una voz que lo perseguía que iba aumentado en intensidad pero se iba perdiendo en el camino. ¡Julio, Julio, Julio te vas a caer Julio! Pero nada le importaba. Julio se sentía cada vez más libre, pero sus pasos descontrolados no pudieron alzarse del suelo para tomar vuelo. Tropezó, rodó unos cuantos metros sin emitir gemido alguno y se detuvo con la mirada hacia el cielo.


La voz que venía detrás de él estaba empezando a alcanzar distancia y a perder intensidad. Te lo dije Julio, tenía que pasar. ¿Estás bien?. Andrés se arrodilló y vio los ojos encendidos de Julio, su pequeño cuerpo sudado y su alma casi derrotada sobre el pavimento. De repente, Julio soltó un estruendoso ¡BUH!. Se paró y saltó  sobre Andrés dando carcajadas. No pasa nada hermano, no seas tan miedoso.


Sin darle tiempo a Andrés de reacciona, Julio le dice: vamos a matar patos a la laguna. ¡Apúrate, el que llega al último es un pejesapo! Lo cogió de la mano y lo llevó casi a rastras. Cuando llegaron a la laguna era como si el momento hubiera sido el preciso. Habían patos por doquier, mamás patas con sus patitos bebés.
Andrés miro con cierta angustia a su hermano, tratando de encontrar alguna explicación de porqué eran tan iguales por fuera pero distintos por dentro. No podía entenderlo. Julio corrió detrás de unos arbustos de donde salió con dos hondas en la mano. Se acercó a su hermano y le dijo: toma una es para ti, no seas miedoso. Porque a pesar de todo Julio siempre pensaba en su hermano. Mira solo tienes que apuntar bien, mirando solo con un ojo, como quien le apunta a un alma sin sentido. Andrés se ponía cada vez más nervioso. Alzas un poco más la mirada y verás cómo la piedra cae lentamente sobre su destino.


Julio tenía la mira puesta, el brazo extendido, y el entusiasmo ensalzado. Soltó, la liga de la honda se encogió y salió la piedra con el mismo descontrol como la de su tirador. Falló.


Andrés respiró más calmado, pero vio en su hermano un aire de decepción, le dijo que ya era suficiente. Pero no, los ojos se volvieron a encender, cogió una piedra del piso y está vez apuntó con la mano. Julio empezó la corrida hacia la laguna con la piedra en la mano. Andrés corrió en dirección a su hermano, como quien intercepta un ladrón a su víctima. Pero no pudo. Ambos chocaron y Andrés salió volando a la laguna. Ambos eran muy pequeños, pero Julio era enorme. Andrés cayó en una laguna profunda, no sabía nadar, no encontró apoyo, no encontró respuesta.


¡Andrés no te muevas, no lo hagas que te vas a hundir! Los ojos de Julio empezaron a desesperarse, su cuerpo parecía inerte, no sabía qué hacer. Estaba inmóvil frente a su hermano. Andrés seguía sin encontrar respuesta, mientras su cuerpo iba entrando en la laguna poco a poco. Atinó a mirar la quietud de su hermano y le dijo: tranquilo Julio, no seas miedoso. 

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