martes, 18 de diciembre de 2012

Una novia para el fin del mundo

La ciudad estaba consternada, excitada y en expectativa. Los diarios, la televisión y  la radio están abarrotados de mensajes poco alentadores. Algunos juegan con nuestros sueños, deseos y objetivos, la profecía nos está declarada: se acerca el fin del mundo. Pero si yo solo tengo 12 años, mi vida ha sido tan corta, tanto como la intención de desmentir todo aquello que me supone un estrés mayor que pensar en la muerte. Mi vida hasta ese momento había sido tan mísera que me parecía injusto todo esto, era el fin de todo, no había nada más que hacer. Aunque la desesperación me atrapaba por momentos la sensación de que la rutina tenía que terminar estaba latente. Y yo solo tenía 12 años.

Caminar  a la escuela eran los 30 minutos más intensos y pacíficos de mi día, estaba yo, un poco de tierra, mis pensamientos y mi temor por el final. La escuela nunca perdió su estilo prehispánico que tenía mucho de Ayacucho y de estas zonas un poco olvidadas, pero eso sí, nunca faltó un buen televisor o una buena radio en la oficina de mi buen director, el señor Ruperto, que siempre tenía una panza prominente, como si estuviera guardando provisiones para el fin del mundo. Yo sabía que él follaba cada martes y jueves con la profesora Carla, no era tan agraciada, pero al puerco aquel nada le importaba. Todos lo sabían pero nadie decía nada, al menos él llegará al final de todo si quiera habiendo follado, y esa no es mi suerte. A unas cuantas esquinas de la escuela estaba Vladimir, el señor de los periódicos. Algunos pocos tenían la suerte de tener un televisor o una radio, pero sin duda el mejor entretenimiento era leer las portadas de los diarios colgados en un cordel a medio caer. Siempre que pasaba por aquella esquina las personas estaban abarrotados a la espera de algún nuevo titular, pero estos días estaban cada vez más apretujados por ver las nuevas noticias y los nuevos pronósticos. Hace un tres de días pase muy temprano por aquella esquina, vi al viejo un poco resignado, hasta se había vuelto un poco más viejo, ya parecía un periódico arrugado y viejo por el sol. Él también sabía que dentro de poco todo ser terminaría, aunque estaba convencido de que ya había vivido lo suficiente como para contar sus historias en el más allá. Cuando le pasé la voz, Vladimir, solo atino a levantar la mirada y bosquejar una leve sonrisa, como quién se compadece de un alma joven y que aún tenía mucho por vivir. Continué con mi camino a la escuela.


A pocos metros más allá vi una niña que siempre me trajo como un desquiciado por el mundo, no sabía si era amor o algo platónico, solo sabía que esa niña me encantaba. Alicia era hermosa, bordeaba los 15, tenía ojos color café, piel canela, un cuerpo de niña que se convertía en mujer, una mujer que yo quería para mí. La vida seguía siendo injusta para mí. Cuando la veía, siempre a lo lejos me parecía desaparecer de la realidad, como si mis pies dejaran de tocar el piso y solo me guiará por el olor de su piel. Pero nunca me lanzó si quiera una mirada o un “hola, cómo te llamas”. Cuando estaba a punto de entrar en el éxtasis del momento sentí una palma sobre mi espalda, que probablemente vino a gran velocidad, que me hizo perder el equilibrio. Era el cabrón de Arturo, un niño feo, casi como yo, pero con un entusiasmo envidiable, era un niño dentro del cuerpo de otro niño de 12 años.

-          Hola maricas, estás viendo a Alicia ¿no?, ya todos sabemos que te la quieres coger
-          No me jodas, ella tiene casi 15 y yo apenas tengo 12, es una estupidez pensar eso – se lo dije con algo de dolor-.
-          Vamos Miguel que de verdad pareces un cabrón, o acaso no te gustan las mujeres, ya todos hemos tocado una, tú estás viviendo aguantado.
-          Deja de hablar huevadas y corre que ya van a cerrar la reja de la escuela.

Arturo corría como si tuviera una pequeña deformación en los pies, pero era un buen amigo, me había salvado de algunas cuantas golpizas porque el desgraciado peleaba muy bien, y eso le bastó para poder besar y tocar a algunas niñas que defendió. Cuando entramos corriendo, mientras sonaban algunas campanas muy viejas, pasamos por el pasillo donde se encontraba la oficina del director. Primero pose mi mirada en las ventana, ahí estaba nuestro director Ruperto, acomodado en su silla acolchonada, en su escritorio tenía unos cuantos papeles junto a su nuevo televisor, quién diría que en aquel escritorio él gozaba de la vida con la profesora Carla; cuando pasamos por delante de la puerta intenté mirarlo fijamente, pero su mirada era tan conchuda y maliciosa que no pude soportar, entonces fije mi mirada nuevamente en el pasillo. Hasta me había olvidado de la linda Alicia y de lo impávido que me dejaba su semblante.

Las clases estuvieron aburridas como siempre, esta vez la profesora Carla no apareció, tal vez se había dado algunas vacaciones, en su reemplazo llego el profesor Edwin, era un poco amanerado, pero era un buen tipo. Las clases terminaron, eran casi las 7 de la noche. Me separe de Arturo a unas 4 calles de la escuela, Alicia no había asomado por ningún lado, yo estaba ansioso por verla pasar y brillar con ninguna. Al día siguiente la rutina solía ser la misma. Lorenzo, el gallo de la casa, nos despertaba disciplinadamente todos los días a las 6 de la mañana. Ese día amanecí de mal humor, pero siempre estaba mi padre ahí para cagarme el mal humor y empeorarme la mañana. Unos cuantos golpes de su parte no solo me enderezaron sino que me enseñaron a no confiar ni siquiera en él, pero él quería lo mejor para mí, y si lo mejor eran unos buenos golpes tenía que hacerlo.

-          Manuel!, ya levántate carajo, hay que darle la comida a los animales! –lo dijo con tal repugnancia, que el olor de las heces de los animales hasta me parecían olores exquisitos-.  
-          Mierda! –murmuré- Está bien!  Ya voy!
-          Luego de eso nos tienes que acompañar al campo, así que apúrate!

Las ganillas parecían felices al lado de Lorenzo, él también ya había follado con algunas de ellas, así que ya tenía una razón más para estar satisfecho para cuando sea el final de los tiempos. A mi padre no parecía interesarle eso, él me decía que todo era una mentira, que la gente no sabía nada y que eran unos estúpidos y que solo lo hacen para distraernos y robarnos todo lo que quieran. Mientras le tiraba los maíces a Lorenzo, veía cómo un ser podía imponer respeto entre sus mujeres, era lo que yo quería, al menos imponer respeto. Luego pasé por los conejos, los loros, los cuyes, los cerdos y los patos. Hubiera deseado ser un Lorenzo y que Alicia fuera alguna de esas lindas y fuertes gallinas. Todos vivían una vida común y su final eran nuestros estómagos, pero ahora a todos por igual nos esperaba el mismo final. Luego de acompañar a mi padre al campo y a mi madre a vender algunas cuantas verduras pude regresar a tiempo a casa para ponerle la misma camisa sucia y los zapatos viejos de la escuela, al menos mis padres me daban esa oportunidad.   
  
De camino una vez más a la escuela, bajo un sol que me quemaba los pies, pude divisar a lo lejos  la esquina de Vladimir acopada de gente, había salido el diario de mediodía. Esta vez había demasiada gente, entre la multitud  pude ver  a Vladimir más despierto que nunca, también me crucé con Arturo en medio de la masa y le pregunté qué era lo que pasaba. Él me sacó del tumulto y me llevó a un lado. Lo veía algo desconcertado y exasperado hasta estaba sudando y no era por el sol.

-          Mierda! Manuel no sabes lo que dicen los diarios, esta todo confirmado –los ojos los tenía como desorbitados y saltones- estamos cagados, toda esta mierda se acaba en 2 días, ya no queda nada más que hacer.
-          Qué mierda hablas Arturo, eso no es posible, mi padre me dijo que siempre eso fue una mentira –aunque poco le creyese a mi padre-.
-          No seas huevón Miguel, en el televisor del alcalde ha sido transmitida la misma noticia, y en la radio del abogado también, estamos fritos.
Entonces se arrodilló delante de mí, parecía una criatura tan indefensa, y ahí mismo se echó a llorar.
-          Carajo!, levántate no digas eso, no seas un marica! –intentaba hacerme el fuerte, intentaba permanecer impávido ante la noticia-. Vamos a la escuela, apúrate!

A duras penas lo pude levantar, corrimos mientras él se veía cada vez más frágil y derrotado, ahora  mi semblante era algo más rudo. Llegamos a la reja de la escuela y estaba cerrada, al otro extremo del enrejado vi a Alicia, estaba tierna y agitada. Ella también lo sabía y lo creía, parecía que se iba a desplomar  en ese instante, y yo quería estar junto a ella para sostenerla. El éxtasis está vez era más fuerte. Si todo era cierto, no la vería jamás. Arturo no podía más, el director salió a la reja  y nos espantó como si fuéramos unos perros hambrientos. Todos corrieron ahuyentados, Alicia se perdió entre la masa de niños y jóvenes, cuyas sueños habían sido eliminados. Yo regresé a casa luego de dejar a Arturo algo más recuperado cerca de su casa. Habíamos estado toda la tarde tratando de encontrar a alguien que nos desmienta la noticia, pero todos estaban absortos y se sentían ya muertos con la noticia. Llegué tarde a casa, mi padre me golpeó por llegar tan tarde, mi madre le pidió que ya me suelte. Era momento de estar bien entre todos –dijo ella mientras lloraba-. Al parecer también estaban convencidos de que todo estaba por terminar. Hui a mi cuarto, me acosté en la cama y toda la tensión y dolor que acumulé desde que supe de la noticia estallo en un gran llanto silencioso. No hice ruido alguno, pero mi alma chillaba como lo hacen las ratas al morir aplastadas. Mis padres no fueron a verme. El día se había acabado. Ahora nos quedaban solo dos.
Día Uno
Continuará…  
  

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